sábado, 9 de febrero de 2013

ÍNDICE DE LA UTOPÍA DE JESÚS.

Como sembrador del Evangelio, Juan Mateos ha ido dejando caer su semilla a lo largo de los últimos cuatro años en diversos foros de reflexión teológica del territorio español.

La utopía de Jesús reúne el texto de seis conferencias pronunciadas por el autor que, por haberse editado en publicaciones muy diversas, resultan de difícil acceso.


Dejamos aquí la primera:

LA UTOPÍA DE JESÚS.

ÍNDICE.


















VII. CONCLUSIÓN. EL DIOS-AMOR.


La actividad y el mensaje de Jesús son la consecuencia de su experiencia de Dios como amor. Es lo que expresa la denominación «el Padre», que designa al que, por amor, comunica a los hombres su propia vida.
Si el Padre es amor sin límites al hombre, no puede tolerar que éste sufra, sea oprimido o se vea impedido de alcanzar la plenitud a la que está destinado. De la realidad del Dios-amor se deriva su oposición a la injusticia, la actividad de Jesús en favor de los débiles e incluso su aceptación de la muerte con objeto de llevar a cabo su obra liberadora.

Por eso, la actividad de Jesús se dirige particularmente a los más necesitados, a los marginados por motivos religiosos o sociales. Ella descubre las grandes esclavitudes que impiden el desarrollo del hombre y permiten su manipulación y explotación; son las ideologías religiosas y nacionalistas las que favorecen la marginación e impiden el amor y la fraternidad universal.

Pero, al mismo tiempo, la experiencia del Dios-amor impide cualquier actividad inspirada en el odio o que procure el daño de otros; de ahí la diferencia entre los episodios de liberación que aparecen en el Antiguo Testamento y la liberación que propone Jesús: quien ama está dispuesto a dar la vida, no a quitarla, ni siquiera para salvar la propia (8).

(8). Para el Dios-amor, ase J. Mateos - F. Camacho, El horizonte humano. La propuesta de Jesús, El Almendro, Córdoba 1988, cap 5.", «El Dios de Jesús». 

VI. ÉXITO DE LA UTOPÍA. LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE.


La resurrección de Jesús significa su victoria sobre la muerte. El término «resurrección» pertenece a la tradición farisea y, en el evangelio de Marcos, Jesús lo usa exclusivamente ante oyentes judíos. Para los hombres en general habla de «salvar la vida», en el sentido de obtener una vida que supera la muerte (Mc 8,35: «El que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo»).

En el NT, el término «resurrección» se usa muchas veces con sentido polémico. De hecho, a los ojos de todos, la postura del muerto es horizontal, y la «resurrección», que significa «levantarse de nuevo», indica la vuelta a la vida. Si Jesús fue condenado a muerte y ejecutado por los representantes del sistema religioso-político judío, se dice que «Dios lo resucitó de la muerte» (Hch 17,37; Rom 4,24) para subrayar que Dios da la razón a Jesús en contra del sistema religioso que pretendía tener autoridad divina. A los ojos de Dios, el condenado es el inocente; sus jueces son los culpables. No sólo eso; con la resurrección, Dios invalida la sentencia de muerte.

Sin embargo, dejando aparte la polémica propia de los primeros tiempos del cristianismo, una formulación teológica más apropiada que la de «resurrección» es la de «la vida que vence la muerte».

El fundamento de la vida que no muere está en la comunicación del Espíritu, fuerza de vida y amor de Dios mismo. Quien posee esa vida de calidad divina y practica el amor a los demás no puede morir. Es más, para él la muerte física no es más que un accidente inevitable, pero que no conlleva ninguna experiencia de destrucción (Jn 8,51: «Sí, os aseguro que quien cumpla mi mensaje no sabrá nunca lo que es morir»).

Esta vida definitiva asegura el éxito de la utopía de Jesús, que no será vencida por la muerte (cf. Mt 16,18: «y el poder de la muerte no la derrotará»). Así se expone en el evangelio de Juan, usando las categorías del éxodo-liberación. Jesús contrapone el fracaso del antiguo éxodo al éxito del nuevo (Jn 6,49: «vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron»; 6,51: «quien coma pan de éste vivirá para siempre»). Según el proyecto de Jesús, la humanidad debe ir alcanzando el máximo de su desarrollo y su felicidad en la etapa histórica, e ir pasando sucesivamente a la etapa final y definitiva del Reino, que, más allá de toda expectativa, coronará los logros de la existencia terrena. 

V. RELACIÓN CON LOS MOVIMIENTOS DE LA ÉPOCA. LOS ESENIOS.



El grupo de los esenios no se nombra en los evangelios. Constituían una secta fanática y exclusivista y se consideraban los únicos constituyentes del verdadero Israel. Habían roto por completo con la institución religiosa, pues consideraban ilegítimo el sumo sacerdocio existente. Vivían separados, en el desierto o en las ciudades; tenían sus propios ritos de iniciación y pronunciaban terribles juramentos de guardar secreto lo que concernía a la secta. Esperaban la llegada de un Ungido de Aarón, es decir, de un nuevo sumo sacerdote, y de un Ungido de David, es decir, el Mesías guerrero. Un conflicto final daría la victoria a los hijos de la luz sobre los de las tinieblas, que eran todos excepto ellos mismos. En la época de Jesús no estaban comprometidos ni social ni políticamente, pero en años posteriores, y en particular al acercarse la guerra contra Roma, fueron ganados por el espíritu zelota.

El dicho que aparece en Mt 5,43: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo», es típicamente esenio. Jesús lo desautoriza totalmente, mostrando que es contrario al ser del Dios verdadero.

Es instructivo poner en contraste el programa de Jesús con el de los fariseos, sus continuos adversarios. Frente a una Ley que programa la vida, Jesús da al hombre plena libertad. 

No se trata ya de obedecer a Dios, sino de ser como él (Mt 5,48), secundando el impulso del Espíritu que él comunica y que identifica' con él. Por otra parte, la fidelidad a Dios no se expresa con la observancia minuciosa de un código de preceptos, sino con el amor de obra a los demás. Este amor ha de ser universal, sin establecer discriminaciones (Mt 5,43-48). Este binomio, libertad y amor, caracteriza al seguidor de Jesús; expresa la libertad responsable, por la que el hombre, dueño de su propia vida, la entrega para el bien de los demás.

Un hecho notable es que nunca invita Jesús a un fariseo a ser discípulo suyo. El fariseo, esclavo de la Ley, no conoce ni desea la libertad, y absorto en su empeño de ser fiel a Dios, olvida la fidelidad a los hombres.
Es distinto el caso de los zelotas. En los tres evangelios sinópticos se nota expresamente que hay un zelota en el grupo de los Doce (Mt 10,4; Mc 3,18; Lc 6,15). Esta respuesta de los zelotas al anuncio del reinado de Dios se explica porque éstos eran sensibles a la injusticia social y querían ponerle remedio, aunque equivocadamente lo buscasen en la reforma violenta, dentro de un espíritu nacionalista exaltado. Fueron los causantes de la injusticia, como las clases dirigentes, y los indiferentes a ella, como los que seguían las doctrinas fariseas o esenias, los que no respondieron al mensaje de Jesús. 

V. RELACIÓN CON LOS MOVIMIENTOS DE LA ÉPOCA. LOS ZELOTAS.


Del movimiento fariseo derivó, por lo que parece, el grupo de los zelotas. También fanáticos de la Ley, no se conformaban con la inactividad de los fariseos; pensaban que había que colaborar en la llegada del Reino, tanto en la liberación del yugo extranjero como en la reforma de las instituciones. Nutrían así, por una parte, un odio Implacable contra el Invasor, y pensaban encontrar la solución en una sublevación armada que sería apoyada por Dios; respecto a la situación interior de la nación, eran muy sensibles a la injusticia social y propugnaban un reformismo violento, acusando a las autoridades de colaboracionismo con el poder romano. La situación de hambre y falta de trabajo que se padecía sobre todo en Galilea, donde predominaba el latifundio, hacía que encontrasen eco en las multitudes de miserables que carecían de medios para subsistir.
Naturalmente, tampoco los zelotas discutían la legitimidad de las instituciones ni la diferencia de clases dentro de la sociedad. Pretendían que mandasen «los buenos», los que coincidían con sus ideas.

En los últimos tiempos, varios autores han querido hacer de Jesús un zelota, pretendiendo leer entre líneas el relato evangélico. Esta pretensión contradice, sin embargo, todo lo que explícitamente han dejado escrito los evangelistas.

Para Jesús, el uso de la violencia no ofrece solución. Además de condenarla en la esfera individual (Mt 5,38-42; Lc 6,29s), tampoco la acepta como medio para instaurar la sociedad nueva. Esta no llegará a través del cambio de los cuadros dirigentes ni tampoco mediante el cambio de estructuras. La solución de los zelotas, basada en la lucha violenta por el cambio social, lleva al fracaso, pues si no cambian los hombres, la reforma caerá en los vicios del sistema anterior. Solamente la existencia de una nueva clase de hombre, el que ha renunciado a la ambición y a la revancha, permitirá la llegada de una sociedad justa. Usar los medios violentos del sistema significa compartir sus falsos valores. La nueva sociedad no puede basarse sobre la coacción, sino sobre la libertad de opción. El uso de la violencia muestra que aún no existe el hombre nuevo. Las soluciones no vienen de fuera adentro sino de dentro afuera. Jesús no pretende una reforma de las instituciones; las declara todas caducadas (Mc 2,22: «a vino nuevo, odres nuevos»), incluida la Ley (Mc 2,28). Toca a los hombres nuevos ir encontrando en cada época la organización social que exprese la nueva realidad y las nuevas relaciones humanas.

Numerosos son los pasajes de los evangelios donde se alude a la inutilidad de la violencia zelota y al rechazo que de ella hace Jesús. A veces, se le ofrece que acepte el papel de líder popular para llevar a cabo la empresa. Así lo propone Marcos en la sinagoga de Cafarnaún, donde el poseído por un espíritu inmundo, figura del secuaz fanático de una ideología, lo proclama «el Consagrado por Dios», esperando que, en vez de derribar la ideología nacionalista del sistema judío, la haga suya y se erija en liberador nacional (Mc 1,24). Las multitudes judías y paganas, marginadas y abandonadas, creen ver en él al líder esperado (Mc 3,11s).

Otras veces los evangelistas utilizan imágenes, sobre todo la del agua (éxodo violento de Moisés, con destrucción de los enemigos) y la del fuego (celo ardiente y violento de Elías contra la monarquía corrompida). Así, en el episodio del paralítico de Juan (Jn 5,1-18), la agitación del agua en la piscina representa la rebelión violenta que anhela el pueblo reducido a la impotencia (5,7). Jesús no secunda ese deseo, pero ofrece al hombre la fuerza y la libertad, rompiendo con la institución que lo sometía (5,8s) (6). La suegra de Pedro está en cama con fiebre (palabra cuya raíz en griego es «fuego»), y Jesús la cura; indica con ello Marcos el intento de Jesús de separar a Pedro de los círculos que fomentaban el espíritu reformista violento de Elías (Mc 1,29-31) (7). El niño endemoniado y epiléptico se veía forzado por el mal espíritu a tirarse al fuego o al agua (se unen aquí ambas figuras), lo que causaría su destrucción (Mc 9,22). La escena de Getsemaní, donde un discípulo saca el machete y ataca al siervo del sumo sacerdote (Mt 26,51), representante en la escena de la más alta jerarquía del judaísmo, expresa el espíritu reformista violento que poseía al grupo de discípulos. Jesús le ordena renunciar a la resistencia (Mt 26,52).

En cuanto a la otra característica de los zelotas, el odio a los romanos invasores y el deseo de revancha, nada más opuesto al espíritu de Jesús. El, que proclama y practica el amor y la fraternidad universal de hombres y pueblos, no puede querer la ruina de los romanos ni la venganza contra ellos (cf. Mt 8,5-13 par.). Por eso no arenga a la rebelión armada, sino que enseña el amor a los enemigos (Mt 5,44 par.). Para él, las naciones paganas son, como la judía, pueblos oprimidos por minorías dirigentes (Me 10,42). La labor de todos los que siguen a Jesús, también de los discípulos de origen judío, es ponerse al servicio de esos oprimidos de toda raza para rescatados de su esclavitud (Me 10,45). Tal es el sentido de la misión universal, propia de los grupos cristianos. 

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(6). Ibid., 270-271.

(7). Véase J. Mateos, "Los Doce" y otros seguidores de Jesús en el Evangelio de Marcos, Cristiandad, Madrid 1982, 215-216.

V. RELACIÓN CON LOS MOVIMIENTOS DE LA ÉPOCA. LOS FARISEOS.


De los movimientos que pueden llamarse utópicos, el primero y más importante era el de los fariseos, caracterizados por la rigurosa observancia de la Ley de Moisés. Ciertamente anhelaban la llegada del reinado de Dios, pero consideraban que este hecho se produciría por exclusiva acción divina. Su idea de la trascendencia divina, que excavaba un abismo entre Dios y el hombre, les impedía concebir que tocaba al hombre cooperar en la llegada del Reino. Para ellos, la única tarea del hombre era la minuciosa observancia de la Ley, pensando que esto aceleraría la acción exclusivamente divina. Ante los acuciantes problemas sociales de su tiempo, no tenían propuesta que hacer. Sólo recomendaban el estudio de la Ley, la piedad individual y la absoluta sumisión a Dios.

Puede caracterizarse esta tendencia como un espiritualismo devoto sin compromiso alguno con la realidad social. Aunque estaban en profundo desacuerdo con el sacerdocio dirigente, no habían roto con la institución religiosa; asistían al templo y al culto. Concebían el reinado de Dios como una restauración purificadora de las instituciones tradicionales. Por otra parte, un sector del movimiento fariseo, el grupo de los letrados, formaba parte del Consejo supremo o Sanedrín y, con ello, participaban en el poder político y religioso. Por su fama de santidad tenían, además, un enorme influjo sobre el pueblo, que respetaba a los letrados como a maestros.

En los evangelios, el enfrentamiento de Jesús con los fariseos y letrados es continuo. Jesús les echa en cara el ideal que se han propuesto, la perfecta observancia de la Ley, llevada con sus interpretaciones hasta el absurdo. Esta pretensión los lleva al engreimiento y a buscar una fama de santidad que les permita dominar y explotar al pueblo (Mt 6,2.5.16; Mc 12,38-40). Por otra parte, desemboca en muchos casos en la hipocresía (Mt 15,7; 23,25).

También denuncia Jesús su falta de compromiso: son ellos quienes filtran el mosquito y se tragan el camello, es decir, los que pagan religiosamente el diezmo del comino, pero se despreocupan de la justicia y del derecho (Mt 23 ,23).  

Desprecian al pueblo que no conoce la Ley ni puede dedicarse a una observancia tan absorbente (Jn 7,49); pero, además, Jesús denuncia que la ideología que propugnan, centrando al hombre en complacer a Dios por la minucia continua, le quita toda libertad e iniciativa, reduciéndolo a un estado de invalidez humana (Mc 3,1-7a).

El ideal fariseo de un reino de Dios fundado en la perfecta observancia de la Ley, impuesta por el Mesías-maestro, es el que Juan refuta en su evangelio en la escena de Nicodemo (Jn 3,1-12) (5). Para Jesús, no es la imposición externa  de normas  la que construye una sociedad nueva, sino la existencia del hombre nuevo, movido por el Espíritu (Jn 3,3). 

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(5). El Evangelio de Juan, 187-193.

V. RELACIÓN CON LOS MOVIMIENTOS DE LA ÉPOCA. LOS SADUCEOS.


La facción antiutópica por excelencia estaba constituida por el grupo saduceo, integrado por la clase pudiente, tanto civil como sacerdotal. Era la aristocracia de Israel y estaba formado por los miembros de las familias más ricas del país. Ellos dominaban por su número en el Gran Consejo o Sanedrín. La aristocracia sacerdotal administraba el templo. El sumo sacerdote primado era el jefe religioso y político de la nación; su persona era sagrada. Sin embargo, el influjo de la clase sacerdotal sobre el pueblo había disminuido mucho, pasando a los fariseos y letrados, quienes, a través de la institución sinagogal, estaban en estrecho contacto con el pueblo llano, al que transmitían, mediante la enseñanza, la tradición farisea. Respecto a la dominación romana, los saduceos habían llegado a un statu qua, a una especie de concordato tácito, por el que los romanos reconocían la autoridad del sumo sacerdote y del Gran Consejo en los asuntos internos, aunque con ciertas limitaciones, mientras los dirigentes procuraban evitar conflictos abiertos con el poder romano. De ahí que los movimientos populares los tacharan de colaboracionistas.

La actitud de Jesús con ellos es distante. Los saduceos, con otros dirigentes, se oponen a su enseñanza en el templo (Mc 11,17-18), y le tienden trampas para desacreditado (Mc 12,13-17 par.). Para Jesús, el pecado saduceo es el materialismo (Mc 12,18); no tienen más horizonte que el de esta vida y procuran gozar en ella de todo privilegio. Esa actitud tiene por causa su desconocimiento del verdadero Dios (Mc 12,24.27): tal es la condición de los jefes religiosos de Israel.

Son los saduceos, en particular los sumos sacerdotes, quienes exigen de Pilato la condena de Jesús (]n 19,15.21) y azuzan a la gente contra él (Mc 15,11). No les interesa la utopía ni el reino de Dios, que pondría en cuestión su hegemonía. Se conforman con la situación existente, que les asegura el poder.